REVISTA COFRADES DE CANDELEDA 2013
Vicesecretaría de Comunicación (Ramón Lorente De la Luna)
Por causas imputables a la difícil situación
económica y social que atraviesa nuestra nación, la revista “Cofrades
de Candeleda” correspondiente al año 2013 no se editará. Todos los
artículos recibidos quedan archivados en espera de que puedan ser publicados en
la revista correspondiente al año 2014.
No obstante, y dada su especial relevancia
para Cofrades y no Cofrades, publicamos los
MENSAJES DE LOS
EXCMOS. Y RVDMOS. MONSEÑORES:
SANTIAGO GARCÍA
ARACIL-ARZOBISPO DE MÉRIDA-BADAJOZ
JESÚS GARCÍA
BURILLO–OBISPO DE ÁVILA
Mensaje del Sr. Arzobispo de Mérida-Badajoz
UN AÑO MUY
ESPECIAL
Al escribiros estas líneas, como todos los
años, no puedo alejar mi pensamiento de los acontecimientos que vive la Iglesia
universal y de los problemas que aquejan al mundo global en que nos
encontramos.
Respecto de lo que concierne a la iglesia
universal es muy importante recordar que el Papa Benedicto XVI ha convocado el
Año de la Fe. Nos explica su finalidad diciéndonos, primer, que es un tiempo
muy oportuno para purificar y fortalecer la propia fe en Jesucristo nuestro
Señor y en su obra de salvación. En segundo lugar que este es un tiempo en que
debemos trabajar apostólicamente para que la fe en el salvador del mundo llegue
a los que nos rodean y que todavía no le conocen, o que tienen de Él una idea
equivocada.
Estas dedicaciones, principales en el Año de
la Fe, han de ser, también, preocupación y ocupación nuestra a lo largo de la
vida entera. Es el Señor mismo quien nos lo ha mandado diciéndonos: “Id
al mundo y predicad el Evangelio”·(Mt. 28, 19). Y no ha puesto límite
de tiempo.
Es lógico pensar que difícilmente puede
cumplir este mandato quien no ha desarrollado su fe, quien tiene una fe débil,
o quien la tiene mal orientada. Sabemos, además, que nosotros mismos
necesitamos profundizar cada día en la fe cristiana para vivir más intensa y
acertadamente nuestra existencia terrena. No podemos conformarnos con el nombre
de cristianos. Debemos llegar a ser verdaderos testigos de Jesucristo. De lo
contario no llegaremos a entender los mandamientos y la autoridad de Jesucristo
cuando nos enseña el camino que él ha trazado para que le sigamos.
El Evangelio es la manifestación de Dios en
Jesucristo, su Hijo Unigénito hecho hombre para redimirnos del pecado y
enseñarnos el camino de la vida que nos abre a la esperanza. Cuando recibimos
el mandato de hacer discípulos de Jesucristo predicando el Evangelio no se nos
pide simplemente una buena acción que nos ayude a crecer en santidad por la
obediencia al Señor que nos lo manda. La predicación del Evangelio es una
acción que va más allá de nosotros mismos porque repercute en nuestro prójimo
abriendo sus horizontes de vida y de esperanza. Predicar el Evangelio es una
auténtica obra de caridad, más todavía, es la mayor y mejor obra de caridad que
podemos hacer a nuestros semejantes.
La predicación del Evangelio ayuda a las
personas a conocer a Dios, a tener experiencia del amor infinito que nos tiene,
y a entendernos a nosotros mismos. Jesucristo, hombre verdadero además de Hijo
de Dios, es nuestro modelo y la expresión más rica de nuestra identidad humana.
Sólo conociendo a Dios y uniéndonos a Jesucristo podemos llegar a descubrir el
sentido último de las cosas y de cuanto nos acontece. Para entender esto
bastaría con leer el santo Evangelio. A ello os invito encarecidamente en este
Año de la Fe.
El hombre que vive sumergido en la cultura
dominante, aunque en muchos casos parezca tener fuerza para encontrar la
libertad y la felicidad al margen de Dios, le necesita más que nunca. Son
abundantes y muy grandes los problemas que nos ha tocado vivir y grande la
pluralidad de opiniones y de campañas de mentalización ideológica que nos
asedian constantemente. Por ello resulta harto difícil que cada uno se sienta
suficientemente libre y capaz para orientar su propia vida, la de su familia y
la de quienes dependan de él en cada momento. Son muchos los que viven esclavos
de los apetitos, de las cosas que hacen pensar engañosamente en la felicidad. Se
suceden las experiencias deseadas que, sin embargo, no logran sacar al hombre
del patio cerrado que es uno mismo.
Es necesario que los cristianos tomemos
conciencia que venimos de Dios y a Dios vamos; de que sólo en Dios podemos
encontrar el sentido de la vida y de la muerte, de lo que nos ocurre y de lo
que hacemos, del presente y del futuro. Sólo unidos a Él podemos hallar la paz
interior en medio del dolor, del éxito y de la turbación. Sólo en Él seremos
capaces de encontrar motivos de esperanza y la posibilidad de una vida eterna y
feliz.
Respecto de los problemas que aquejan al
mundo, especialmente en estos años, los Obispos hemos hablado repetidas veces y
no queda espacio en este artículo para abundar en ello, Baste decir que son
tantos y tan variados los factores que motivan y entretienen la crisis actual
que resulta imprescindible pensar, no solo en los errores humanos que los han
causado sino también en la falta de criterios inspirados en las realidades
trascendentes. El hombre de espaldas a Dios y abandonado a sí mismo se
deshumaniza. Y esta deshumanización provoca muchísimos de los males, cuyas
derivaciones nos aquejan.
Los preparativos para la celebración de los
actos principales de cada Cofradía y Hermandad han de llevar unidos los esfuerzos
por purificar y afianzar nuestra fe, y por darla a conocer a quienes nos
rodean.
Santiago García
Aracil
Arzobispo de
Mérida-Badajoz
Carta de Mons. Jesús García Burillo, Obispo de Ávila, a
la Muy Antigua y Venerada Cofradía de la Santa Vera Cruz de Candeleda (Ávila).
Para la Revista
Cofrades de Candeleda 2013
Tiempo de especial renovación en
la fe
Queridos cofrades:
Este año está especialmente marcado por la
invitación del Santo Padre Benedicto XVI a vivir un tiempo de reflexión y
redescubrimiento de la fe, a adquirir una exacta conciencia de la misma, para
reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla. Porque los
creyentes tenemos necesidad de confirmar, comprender y profundizar de manera
nueva los contenidos esenciales de la fe, de modo que podamos dar un testimonio
coherente en nuestra historia presente (cf. Porta fidei, 4). Por eso, me ha
parecido oportuno que compartamos y caminemos juntos hacia este objetivo, sólo
así podremos redescubrir nuestra fe profesada, celebrada, vivida y rezada.
«La fe es un don, porque es Dios quien toma
la iniciativa y viene a nuestro encuentro; por eso la fe es una respuesta con
la cual lo acogemos como fundamento estable de nuestra vida. Es un don que
transforma la existencia, porque nos permite entrar en la misma visión de
Jesús, el cual obra en nosotros y nos abre al amor a Dios y a los demás… La fe
es un acto eminentemente personal, es una experiencia íntima. Yo “creo”, pero
mi creer no es el resultado de una reflexión solitaria, sino el fruto de una
relación con Jesús, en la que la fe me viene dada por Dios a través de la
comunidad creyente que es la Iglesia» (Benedicto XVI, Audiencia general, 31 de
octubre de 2012).
La fe es un don de Dios y nace en el
encuentro con Él, especialmente en la persona de Jesucristo. Pero también la fe
es un acto personal y libre de la voluntad por la cual nos adherimos a una
Persona, a Dios, fundamento y dador de la fe. De ahí que la fe no podemos
considerarla como «un presupuesto obvio de la vida común» (Porta fidei, 2). La
fe se nos ha dado en el bautismo, como una semilla que se planta en lo hondo de
la tierra y que, por lo tanto, necesita ser cuidada, cultivada, para que
crezca, se desarrolle y dé sus frutos. Este proceso es al que debemos volver en
este tiempo, para hacernos conscientes del camino recorrido en la fe; para
poder reanimarla, fortalecerla y continuar caminando con propuestas concretas
que la hagan crecer cada vez más.
En la introducción a vuestros Estatutos de la
Cofradía afirmáis solemnemente: «Alabada
sea para siempre y por todos los siglos la beatísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y la
Inmaculada Concepción de la siempre Virgen María, Madre de Dios y Señora
Nuestra concebida sin mancha de pecado desde el primer instante de su ser
natural. Para perpetua memoria de la fe en la divina Redención del género
humano operada por Jesucristo nuestro Salvador en el Sacrosanto madero de la
Cruz…». En esta profesión de fe, nacida del Credo de la
Iglesia, es en la que se asienta la fundación de vuestra Cofradía. Vuestra
hermandad nace justamente desde la experiencia de la fe, no sólo como herencia
de la fe de otros, sino como expresión y profesión pública, como «perpetua memoria de la fe en la divina Redención del
género humano operada por Jesucristo» (Estatutos).
Profesar la fe está estrechamente ligada,
como esencia y medida de acción, con la “procesión”. Procesionar es la
manifestación pública de lo que decimos creer, es la «trasposición externa de
la vida interna de la cofradía» (Olegario González de Cardedal, Ser cofrade, en
Revista Vida Nueva, 5-11 de marzo de 2012). Nunca la hermandad se puede arrogar
la posesión exclusiva de la Cofradía, es como querer encerrar entre las manos la
fe. En este sentido, la Cofradía es “mediación” de la fe y el procesionar es su
“profesión” pública. La experiencia de fe que da origen, mueve y da sentido a
la cofradía es un «legado que nace en el pueblo cristiano y pertenece a la
Iglesia que lo ha gestado y sostenido» (Idem.).
Dice también el Papa: «La renovación de la Iglesia pasa
a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma
existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer
resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó» (Porta
fidei, 6). Nunca olvidéis que vuestra cofradía es, justamente, el signo
efectivo y palpable de este testimonio eclesial. No se es cofrade sólo el día
de la procesión, se es cofrade siempre, como se es cristiano siempre y en todo
lugar. Pertenecer a una cofradía significa y expresa el compromiso de vivir una
vida religiosa y espiritual. «Pues se ha manifestado la gracia de Dios,
que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a
la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria,
justa y piadosa... dedicado enteramente a las obras buenas. De esto es de lo
que has de hablar» (Tito 2, 11-12.14-15a).
Junto a una vida honrada y religiosa, vuestro
mejor testimonio, como cofrades es la “fraternidad”. No sólo somos y nos
llamamos hijos de Dios (cf. 1 Jn 3, 1) y hermanos entre nosotros, sino que
habéis asumido como propio el llamaros “hermanos”. Esta fraternidad, hermandad,
nace y se fundamenta en el amor cristiano. Esta relación fraternal del cofrade
es también una exigencia de vida, exigencia que reordena y trasciende las
relaciones humanas, exigencia que porta en sí misma la semilla del Reino de la
fraternidad universal inaugurado en Jesucristo. «La fe que actúa por el amor (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo
criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2;Col 3, 9-10; Ef 4,
20-29; 2 Co 5, 17)» (Porta
fidei, 6).
Una de vuestras aportaciones a la renovación
de la Iglesia es trasmitir a las nuevas generaciones la hermosura de la
fraternidad y del objetivo de hermandad universal que el mismo Jesucristo
inició con su misión redentora. Esta fraternidad, expresión de la fe, se
sustenta y se alimenta especialmente en la celebración de los sacramentos. «La
confesión de la fe encuentra su lugar propio en la celebración del culto. La
gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del obrar
cristiano» (Juan Pablo II, Const. ap. Fidei Depositum, 3). Especialmente
en el sacramento de la Reconciliación, donde el perdón de Dios nos ayuda a
rehacer siempre la unidad con Él y con los hermanos; y en el sacramento de la
Eucaristía, acción de gracias y vínculo de unión fraterna y eclesial, donde
todos los hermanos, en una misma mesa y con Cristo a la cabeza, ofrecen al
Padre la oblación pura y sencilla de la fraternidad. No descuidéis jamás
vuestra vida sacramental, en ella crecemos en la fe y se sostiene la vida
cristiana.
Vuestra vida espiritual y vuestro compromiso
nacen y crecen en la fe y desde la fe. «Las cofradías sois un bello legado de
nuestra historia hispánica, como afirmación de los seglares en la Iglesia y
como búsqueda de expresiones actualizadas para vuestra fe y para vuestra
participación en la gestión eclesial. Preparaos para esa Iglesia nueva que
surge: fraternal y participativa, libre y entregada a su misión, adoradora de
Dios y servidora de los hombres. Iglesia de todos los que la formamos… Las
cofradías, de hombres y mujeres, deberán ser los nuevos semilleros-seminarios,
donde surjan vocaciones entregadas, gozosamente y a fondo perdido, a anunciar
el santo nombre de Dios, a predicar el Evangelio de Cristo y a servir a sus
hermanos» (Olegario de Cardedal, Ser cofrade).
Por todo esto y con mi bendición quiero
terminar esta carta dirigida a todos y a cada uno de vosotros, mis amados
hermanos cofrades, con estas palabras exhortativas del Papa: «Deseamos que este
Año suscite en todo creyente la
aspiración a confesar la fe con
plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una
ocasión propicia para intensificar la celebración
de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es
la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde
mana toda su fuerza (C.E. VAT. II. Const. Sacrosacntum Concilium. 10). Al mismo tiempo, esperamos
que el testimonio de vida de
los creyentes sea cada vez más creíble» (Porta fidei, 9).
X Jesús,
Obispo de Ávila.
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